miércoles, 7 de julio de 2010

En el fondo del armario

Suena el despertador, lo coges con rabia y lo aprietas entre tus manos. Maldito cachivache que nunca deja de contar las horas, minutos y segundos. Te levantas de la cama esa mañana, una mañana que asoma tras las cortinas de tu habitación, y rompes a llorar sin saber porqué. Algo falla en tu vida, en tu estúpida existencia que ahora mismo, en este preciso instante en el que tus lágrimas están saliendo de tus ojos y caen por tus mejillas sin motivo aparente, no vale nada. Sigues llorando sin saber la razón que hace que sigan saliendo tan apresuradamente y te miras al espejo. En él ves a una extraña; unas decenas de huesos rodeados de piel y un rostro al que le falta algo para ser diferente a la de un simple maniquí de escaparate. Nada más, sólo un cuerpo y un rostro pálido.

Te sientas en la cama y bajas la mirada desde tus muslos hasta llegar a tus pies, pasando por tus finas rodillas. Allí encuentras diez dedos, uno al lado del otro, haciéndose compañía. En ese momento piensas; “Qué suerte la suya, siempre acompañados y rodeados de alguien con quien hablar, compartir momentos… Sigues mirando tus diez dedos y envidiándolos durante bastante tiempo hasta que te das cuenta que ha pasado casi una hora desde que te despertaste. Entonces, decides levantarte y deambular por la habitación en busca de algo diferente que hacer que mirar los despojos de lo que fuiste. Abres cajones, puertas, armarios y de repente encuentras tu vieja caja de fotografías bajo decenas de zapatos en el fondo de tu armario. Te sientas junto a ella, la abres, y en ella encuentras cientos de fotos del colegio, el instituto y la universidad. Te centras en éstas últimas más recientes y lo primero que llama tu atención es, “Cuánto cambian las modas”. Al fijarte un poco más, te das cuenta de que tienes una colección de momentos en los que fuiste feliz y que al guardarlos, habían quedado olvidados. Sigues mirándolas, y te das cuenta de que entonces sabías dibujar una sonrisa en tu cara y que cuando lo hacías, dos hoyuelos se marcaban en tus mejillas. Tras un rato de pasar y pasar más  fotografías de “los buenos tiempos” entre tus manos, te das cuenta de que sólo depende de ti que esos momentos puedan volver a repetirse. Si fuiste capaz en todas esas ocasiones, ¿por qué no ahora?, ¿qué te impide volver a dibujar sonrisas?, ¿volver a ver, como bien dice Edith Piaf en una de sus canciones, “la vida en rosa”?

Te levantas, abres la ventana de par en par y te das cuenta de que sol te sonríe junto a unas nubes blancas que le hacen compañía en el celeste cielo de esa clara mañana de  martes. Enciendes la radio, y suena una de esas canciones de película que no puedes parar de tararear en ese inglés inventado que tanto te gusta. Vuelves hacia el armario, y coges ese vestido rojo veraniego que hacía mucho tiempo que no te ponías y con el que solías sentirte tan bien y tan segura de ti misma. Después, vas hacia el espejo y coges el carmín rojo que habías olvidado tener, junto con la máscara de pestañas y el perfume que te regalaron en tu último cumpleaños. Una vez lista y preparada para salir a ese mundo olvidado, lleno de oportunidades, personas y momentos por vivir, te miras por última vez antes de salir en el pequeño espejo de la entrada y te dices a ti misma: “Esta vida no son más que dos días y tres cafés. Vívelos, bébelos y no dejes que nada ni nadie vuelva a borrar esas sonrisas, ya que eres tú la única que tiene el poder de esbozar algo que parezca una sonrisa y hacerla realidad”.

1 comentario:

  1. wow, me encantó. y "Esta vida no son más que dos días y tres cafés. Vívelos, bébelos y no dejes que nada ni nadie vuelva a borrar esas sonrisas, ya que eres tú la única que tiene el poder de esbozar algo que parezca una sonrisa y hacerla realidad" es una frase realmente muy linda. suerte :)

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